La Luz Clara del Nirvana Viviente


Con el nacimiento, el despertar y la puesta en movimiento de la Rueda del Dharma por parte del Buda Shakyamuni, comienza el Camino de Buda, que da origen a una nueva cosmovisión del ser humano, reconociendo su multidimensionalidad y su potencial de trascendencia.

El ser humano se libera de la figura de “Dios” como entidad externa y se convierte en garante y custodio de su propio despertar.

Así nace, generación tras generación, una estirpe de seres despiertos: seguidores y practicantes del Camino de Buda. No se trata de seguir a un personaje, sino de encarnar un mensaje. El nuevo Dharma es la perla brillante que hace resplandecer a los grandes despiertos, a los seres realizados y trascendidos que han recorrido este Camino.

Estos seres, que han realizado su dimensión más profunda, han despertado en sí la luz clara e inmaculada del Nirvana viviente, han realizado la gran vacuidad (Śūnyatā) y alcanzado la liberación de las mil trampas del ego. Desde el espíritu del bodhicitta, como lámparas en el océano del samsara, iluminan a quienes aún navegan sus aguas. Son faros que emiten la luz clara de la trascendencia.

Hoy en día, el Dharma del Buda es una corriente viva en constante renovación. Está dejando atrás los viejos patrones manipulados por sistemas dominantes, que quisieron transformar el Camino de Buda en un sistema jerárquico y de control.

La luz clara llega a nosotros a través de una práctica viva: la meditación sedente. En el “asiento del león”, uno puede experimentar, desde su ser real, su naturaleza multidimensional, y realizar en sí mismo la luz clara del Nirvana. En este asiento, es posible trascender la mente reactiva y dejarse tocar por la esencia de nuestra verdadera naturaleza despierta.

Cada uno de nosotros es heredero de este linaje vivo e invisible, una corriente profunda que atraviesa el tiempo y el espacio. No sabemos cómo ni cuándo, pero hay momentos en que esta línea se activa con una fuerza inesperada y luminosa.

Suele acontecer en tiempos de crisis, de transformación, cuando la vida nos confronta con nuestras sombras más escondidas. En esos umbrales, una claridad interior emerge: una fuerza que no es del yo, pero que nos habita.

Esa luz —que reconocemos como bodhicitta— no viene de fuera, sino que despierta desde lo más íntimo, como si una voz ancestral nos susurrara desde el corazón del ser.

Y entonces comprendemos que no estamos solos. Que esta claridad ha sido encendida en innumerables seres antes que nosotros, y que ahora también se manifiesta en nosotros como poder de transformación, realización y liberación.

El Camino de Buda no es seguir a alguien, sino permitir que esta transmisión se cumpla en nosotros. Al sentarnos, al atravesar las pruebas, al rendirnos al instante presente, este linaje despierto cobra vida una vez más. No como un recuerdo, sino como una llama viva que alumbra nuestro camino, aquí y ahora.




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