Aquí y ahora, la mente sin objeto


Habitualmente nuestras vidas son dirigidas por el propósito de nuestro propio ego.
El ego es la estructura del carácter que se ha formado en el transcurso de las vivencias significativas en nuestras vidas. En este transcurrir existencial interiorizamos muchos mensajes, que a veces tienen más que ver con un condicionamiento externo (familiar, social, política, religiosa, e.t.c) que con nuestras propias necesidades.
Estamos condicionados por estas experiencias-interiorizadas pasadas. En la mayoría de las veces, esta estructura se vuelve inmóvil y rígida. A esta estructura es a lo que en el Zen le llamamos karma, y en la psicología humanista, carácter neurótico.
Cuando una experiencia-interiorizada se queda fijada en la conciencia, parece que no hay otra posibilidad de cambio, es por lo que muchas veces no sabemos hacer otra cosa diferente a la que hemos hecho durante sucesivas veces , y en consecuencia no encontramos el movimiento que se adapta mejor a nuestras circunstancias y necesidades actuales.
Vivimos el ahora condicionados por el pasado, este condicionamiento es lo que forma la estructura del ego. Esto es decir tanto, como que no vivimos el presente, sino en un mundo virtual que vive en nuestros recuerdos. A esta experiencia le falta la fuerza que fluye en lo actual, lo real, el aquí y ahora.
En la meditación zen, zazen la atención cambia de foco, pasa de estar fijado en el ego, a estar en el sí mismo, en el aquí y ahora, donde hay una carencia de identidad fija, ya que todo está en constante transformación, nada tiene una identidad permanente.
Para zazen utilizamos el propio cuerpo y la respiración, y adoptamos la actitud de no hacer, que es un no ser, el núcleo del sí mismo. En este no hacer surge la mente sin objeto o mente vacía, que como experiencia sume al ser humano en la más profunda intimidad.


Este no hacer que propicia la mente sin objeto, es el núcleo de atención en la meditación y de la mente meditativa, permite que los fenómenos (pensamientos, emociones, sentimientos, movimientos, cosas) que transcurren por nuestra vida sean conscientes, y en consecuencia encontremos la libertad de no seguirlos. En este no seguir surge una consciencia más profunda que no está condicionada por el karma, y que esta ligada profundamente a todo nuestro ser.
En el Zen se le ha puesto diferentes nombres, Vía, Mente Única, Mente de Budha. Es la fuente de sabiduría. Uno, aunque quisiera, no puede apropiársela. Es universal, nos transciende y transciende nuestras posibilidades.
Esta mente no es algo que tenga una identidad propia o carezca de identidad, es más una percepción de consciencia propiciado por la vacuidad, por la no acción que surge espontáneamente cuando la mente está vacía.
Aunque para el ego es traumático, es un bendición encontrar la fuente y el origen del darse cuenta, de la libertad, de la fuerza, la paz y del amor, para abandonar la frenética ansiedad en la que nos sume estar constantemente movilizados por el ego.
El ego es el control, y este siempre nos lleva al trauma, porque definitivamente podemos hacer muy poco por que las cosas no cambien y se transformen.
El ser humano, es para sí mismo, su peor enemigo. Nadie, de cierta forma, puede hacerle daño, si antes no pasa por esa interiorización que el ego asume como suya, y que en la mayoría de las veces subyace en nuestro inconsciente, mandándonos un mensaje que crea la separación entre el aquí y ahora, y la mente, ya que el aquí y ahora siempre es diferente a lo conocido y estructurado en el ego.
El sufrimiento que hay en los seres humanos y en nuestras sociedades, es creado por el ego, es artificial. Esta percepción que es el ego, este yo soy… nos separa de nuestra más intima y profunda intuición, ya que en mismo instante en el que yo soy… nos hacemos diferentes a lo que es antes del yo soy... o sea, el aquí y ahora. Y entonces somos como gotas de agua separadas del océano.
Hay que situar al ego que ocupe su lugar, el funcional, y que no ocupe el primer plano de nuestras vidas. Sino terminaremos esclavos de de las propias experiencias.
En la meditación zen, volvemos a encontrar la mente sin objeto. A partir de este encuentro surge en las personas un sentimiento profundo de pertenencia que nos une a los seres humanos y a la naturaleza. Está nos conecta con el orden universal que está gravado en cada célula de nuestro cuerpo, y en cada fenómeno, continuamente en movimiento.
En este nuevo estar aquí y ahora, no centrado en el ego, las experiencias vividas toman un nuevo matiz, porque en la mente sin objeto es como un recipiente vació y disponible.


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