Vivir un aquí y ahora fuera del tiempo
Se ha hablado interminablemente del fenómeno experiencial de vivir “aquí y ahora”, como un estado distintivo de presencia y de transformación en la percepción de la realidad. Sin embargo, el aquí y ahora, entendido desde una lógica científica, no existe realmente. La noción de espacio-tiempo pertenece estrictamente al campo de la percepción humana.
Esta concepción se sostiene sobre el movimiento de los fenómenos a lo largo de lo que llamamos “línea del tiempo”. Pero si observamos con atención, en tal concepción sólo hay movimiento; y para que existiera un verdadero aquí y ahora dentro del tiempo, tendría que producirse una detención absoluta de los fenómenos en esa línea temporal, algo que —desde una óptica científica— no ocurre.
De está forma podemos decir que la percepción del espacio-tiempo —tal como la vivimos— es una ilusión funcional, derivada de nuestra condición de seres configurados y delimitados.
En otras palabras: el hecho de que percibamos “bordes”, “distancias” y “duraciones” no describe la realidad última, sino la forma en que nuestra estructura cognitiva y corporal traduce lo real para hacerlo manejable dentro de sus límites. Está visión se ha trasladado a la ciencia y con ello se ha convertido en una ley universal, desde la conceptualización científica, aceptada por todos y vivida tal cual se formula.
Desde una óptica experiencia, en trabajos como la meditación, podemos entrar dentro de un campo más profundo de la percepción debido a la observación qué no participa en este movimiento, y percibirlo sin identificarnos con él. De esta forma, siendo estrictamente solo observadores, podemos descartar, en una fracción ínfima, los resortes de la percepción del tiempo. Estos resortes forman nuestra conciencia del tiempo y la identificación con los fenómenos qué ocurren. Los resortes están exclusivamente relacionados con nuestra mente dualista, qué juzga, qué tiene un propósito qué lo vincula a esta percepción de línea del tiempo, y qué se identifica con este juego dual.
De este modo, al mantenernos como observadores puros y dejar de participar en la experiencia subjetiva del tiempo, desactivamos los resortes que sostienen la percepción del tiempo.
Estos resortes son los que conforman nuestra conciencia temporal y la identificación con los fenómenos que ocurren. Están íntimamente ligados a la mente dualista: la que juzga, la que busca un propósito y, en ese mismo acto, se ata a la línea del tiempo y a su juego de opuestos.
Al desactivar y desvincularse de estos resortes perceptivos, se abre la posibilidad de acceder a una experiencia del tiempo no condicionada por la dualidad, y así, aunque solo sea por fracciones de segundo, vivir fuera de la línea temporal.
Esta nueva experiencia nos permite habitar, aunque solo sea por fracciones, un estado en el que es posible tocar la totalidad, o mejor dicho, dejarse tocar por la totalidad. Y tocar la totalidad, aunque sea por un instante ínfimo, equivale a acceder a ella plenamente en su esencia.
Realizar esta totalidad es un acto profundamente revolucionario: transforma nuestra concepción de ser limitados por el tiempo y abre nuestra percepción a una dimensión paralela, donde el tiempo se vive fuera del tiempo, y el personaje vive fuera de su estructura arcaica.
En términos de la física cuántica, podríamos compararlo con el “momento” antes de qué ocurra el colapso de la función de onda: el momento en que todas las posibilidades se unifican en una sola realidad consciente.
Es, verdaderamente, una experiencia liberadora.
El aquí y ahora no existe realmente mientras seguimos cargando la experiencia, y viviéndola desde una mente configurada en el viejo paradigma del tiempo. Necesitamos abrir este paradigma a un nuevo paradigma, dónde el yo es disuelto de sus engranajes dualistas y accedemos a esta experiencia de observación directa, dónde solo hay observación liberada del tiempo.
El aquí y ahora no existe realmente, ya qué siempre hay un movimiento, pero sí es tangible “habitar” fuera del tiempo, aunque solo sea en un segmento infimo, una experiencia fuera del tiempo.
Esto tiene unas implicaciones sorprendentes, porque al salir del tiempo, accedemos a la totalidad. Esto supone también abandonar la línea del tiempo y encontrar un movimiento qué cambia la realidad percibida, pudiendo alinear con la totalidad. Esto implica que la formación de la percepción de nuestra realidad, ya no se da desde nuestro yo dualista, sino desde “nuestra” totalidad, y dónde está totalidad puede pensar por nosotros.
Este enfoque nos permite detener el movimiento automatico, parar, y ver desde la totalidad, un segmento del no-tiempo qué abre toda una nueva gama de posibilidades.
En este segmento ínfimo de no-tiempo, se suceden consecutivamente durante la meditación, y provoca una detención de nuestro ser ligado al tiempo. Estas experiencias de no-tiempo son ecos de una totalidad qué transforma nuestra percepción, desligandola de la percepción dual, y pasando a ser solo el observador.
Esta experiencia radical puede convertirse en un vehículo que nos permita soltar el personaje en el que nos hemos convertido y acceder a una vivencia de totalidad capaz de revelar nuevas respuestas. Ya se trate de pensamientos, emociones o percepciones que se suceden de manera automática —y que habitualmente provocan una reacción igualmente automática durante la meditación—, esta experiencia nos libera de su inercia. O bien, cuando llevamos un propósito concreto a la práctica meditativa, podemos exponerlo al no-tiempo, dejándolo reposar en ese campo donde las respuestas surgen sin esfuerzo y desde una inteligencia más amplia.
La propuesta expuesta, se convierte en un enfoque radical para afrontar, ya no sólo lo inmediato, sino también encontrar soluciones qué encuentran respuestas en la resonancia de esta fracción de la totalidad. Nos invita a afrontar la vida desde el no-tiempo, donde las soluciones no se buscan: resuenan desde la totalidad y se revelan por sí misma.
Por ejemplo:
Una práctica desde el paradigma del no-tiempo consiste en detener toda búsqueda de resultado y permanecer presente ante lo que ocurre, sin intentar cambiarlo ni interpretarlo.
No se trata de eliminar pensamientos ni emociones, sino de observarlos sin moverse con ellos, dejando que el flujo de la experiencia se despliegue sin interferencia.
En ese instante de observación pura, el tiempo psicológico se disuelve: ya no hay antes ni después, solo la conciencia en acto.
Desde ahí, la realidad comienza a reorganizarse sola, porque dejamos de operar desde el yo que controla y pasamos a permitir que la totalidad actúe a través de nosotros.
Do Ryu Xabier
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